lunes, 28 de febrero de 2011

¡Oh! parota

La primera vez que tuve conocimiento de los árboles conocidos como parotas, fue al oír unos versos compuestos por unos amigos, en los cuales se hace referencia a la majestuosidad de estos árboles. A semejanza de los versos de La Llorona o La Malagueña, los versos de la parota también cambian (en función de la memoria o la capacidad de improvisación del que las recita), aunque conservando la rima con el verso principal que dice: ¡Oh!, parota, ¡oh!, parota.

Los divertidos versos sobre la parota hacen referencia a sus características físicas: hojas, ramas o tronco, pero en términos aumentativos (hojotas, ramotas, troncote). Y es que cuando uno está frente al árbol no puede más que sorprenderse de las grandes dimensiones del mismo, lo cual justifica cualquier aumentativo posible. Este es uno de los árboles más grandes de México, alcanzando una altura de 30 metros (aunque su copa suele ser más ancha que alta) y un diámetro del tronco de hasta 3 metros.

Parota o guanacastle a orillas del camino, cerca de Frontera Comapala, Chiapas.

A este árbol también se le conoce como guanacastle, nacastle, orejón, y nombres semejantes. Éstos hacen referencia a una de las características más sobresalientes del árbol, pues sus frutos semejan orejas humanas, de ahí que se llame guanacastle, del náhuatl cuaunacaztli, formado de las palabras cuahuitl (árbol) y nacaztli (oreja). Su nombre científico es Enterolobium cyclocarpum y pertenece a la familia botánica de las Fabáceas (o Leguminosas).

Las parotas se distribuyen ampliamente en el país, en particular en zonas cálido-húmedas o cálido-subhúmedas, cerca de los cursos de agua. A nivel mundial se le encuentra en Centroamérica (es el árbol nacional de Costa Rica) y hasta el norte de Brasil. Aunque hoy en día es difícil hallar bosques compuestos exclusivamente de este árbol, Faustino Miranda afirmaba que en la Depresión Central de Chiapas los había; un bosque dominado por este tipo de árboles debió ser magnífico, ahora es más fácil hallarlos en los pastizales y orillas de caminos, así como en las cercas de los potreros.

Frutos de un guanacastle a orillas de un río. Cuetzala, Tlaltetela, Veracruz.

La parota es un árbol con amplios usos, su madera se usa como leña, carbón, y material de construcción, las hojas son alimento de ganado, y su corteza se usa para curtir pieles;  también proporciona servicios ambientales como atrayente de abejas productoras de miel, sombra, fijación de nitrógeno y conservación del suelo. Este es un árbol majestuoso e imponente, uno de los tantos que compone la diversidad de plantas que tenemos en México, y que al mismo tiempo, es fuente de inspiración para versos como los de la parota.

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En el Ayuujk de la región alta no he escuchado el nombre correspondiente a este árbol, el cual seguramente existe en la zona baja de la región mixe. La referencia más cercana es del idioma popoluca de Sayula, Veracruz (un pariente del mixe), que según Maximino Martínez (Catálogo de nombres vulgares y científicos de plantas mexicanas) es Cuytatsuic. En el Ayuujk de Tlahuitoltepec Cuy corresponde a Kipy, y es evidente que tatsuic se refiere a tätsk; así, el nombre equivalente sería Kipytyätsk, cuyo significado sería el mismo que en el náhuatl: el árbol con orejas.

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Se puede hallar información sobre la parota en los siguientes enlaces de la CONABIO y la Biblioteca digital de la medicina tradicional mexicana

martes, 8 de febrero de 2011

Yuu’n, el arado en el cielo

Para los griegos de la Antigüedad, la constelación conocida como Orión representaba a un hábil cazador, quien después de morir a manos de una flecha de Artemisa (o herido por un escorpión, según la versión) fue elevado al cielo. En el cielo nocturno, Orión es fácilmente identificable por formar un cuadrilátero irregular en cuya mitad se ubica un grupo de tres estrellas conocido como el cinturón de Orión.

En el actual medio rural de México las constelaciones también reciben nombres, dependiendo del grupo cultural al que se pertenezca. Para los p’urhépecha, la constelación de Orión forma la figura del Arado (araro joskua), y su movimiento marca el inicio del año nuevo p’urhépecha (Juchari uéxurhini). 

Con la festividad del fuego nuevo (Kurhikuaeri k’uinchekua) comienza un nuevo año entre los p’urhépecha, y se efectúa como tal desde hace 29 años, cuando inició el rescate de esta tradición interrumpida durante la Colonia. Cada año se efectúa en una comunidad diferente, perteneciente a alguna de las subregiones p’urhépecha (sierra, ciénaga, lacustre, cañada). Como sucede en otros pueblos de Mesoamérica, su año se basa en el calendario de 18 meses de 20 días, a los que se añaden 5 días funestos.

Música y danzas p'urhépecha, la noche del año nuevo en Jarácuaro, Michoacán

A la ceremonia del fuego nuevo asisten las distintas comunidades p’urhépecha, mientras paralelamente se desarrollan actividades culturales y artísticas que refuerzan su identidad regional. Este año pude presenciar esta ceremonia, realizada en la comunidad de Jarácuaro a orillas del lago de Pátzcuaro. La fecha correspondiente en el calendario gregoriano es la noche del 1 de febrero, en el momento en que el Arado (el cinturón de Orión) se encuentra a mitad de su recorrido en el cielo, poco antes de la medianoche.

Durante la ceremonia, los ancianos de la comunidad sede encienden el fuego nuevo sobre una plataforma expresamente construida para este momento. Una vez encendido, el fuego es compartido a los demás asistentes en trozos de ocote. Posteriormente las cenizas y otros símbolos son legados a la siguiente comunidad donde se efectuará la misma ceremonia al año siguiente hasta cumplir 52 años, un siglo según la tradición mesoamericana.

El fuego nuevo es compartido por los asistentes a la festividad (Jarácuaro, Michoacán)

Al asistir a esta ceremonia, pensé en los paralelismos existentes con las tradiciones ayuujk, aunque con sus evidentes contrastes: en las comunidades ayuujk, el año nuevo (aunque se utiliza el del calendario gregoriano) también representa una fecha importante para cada comunidad, y en particular para las autoridades que rigen a los pueblos; la transmisión de poderes en Tlahuitoltepec (al igual que los símbolos p’urhépecha de la ceremonia) es un acto trascendental; y de forma semejante a los p’urhépecha, el arado (yuu’n) es también entre los ayuujk una constelación del cielo nocturno.

Los p’urhépecha han hallado en las actividades de carácter regional la oportunidad para mantener vivas sus tradiciones, y recuperar las que fueron olvidadas; los ayuujk, en las actividades de carácter más local. Ambos, teniendo como testigos un arado en el cielo, el instrumento de labranza que fue introducido por los españoles, pero que hoy es fundamental en las actividades agrícolas de los pueblos.

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Puedes conocer más sobre la cultura p’urhépecha y la festividad del fuego nuevo en este enlace.