martes, 28 de febrero de 2012

Inmensidad


Aunque no se conozca, existe el número de las estrellas y el número de los granos de arena. Pero lo que existe y no se puede contar y se siente aquí dentro exige una palabra para decirlo.
Canek, Ermilo Abreu Gómez.

Había transcurrido una mañana fría cuando, después de hacer una parada en Ocampo, continuamos ascendiendo hasta llegar a El Rosario. Entramos al santuario mientras el cielo aún estaba cubierto de nubes, subimos por escaleras y veredas de tierra hasta llegar al sitio donde los árboles parecían tener hojas de más; hojas grises, oscuras, opacas. Era poco más de mediodía cuando sentados y en silencio, levantamos la vista para ver las nubes en retirada y cómo los rayos del Sol comenzaban a iluminar las copas de los árboles. Al suceder esto, las hojas empezaron a caer pero nunca llegaron al suelo; en lugar de ello aletearon, tiñeron de naranja el día gris y llenaron el silencio con un murmullo sin fin: las mariposas monarca habían despertado.


Reserva de la Biósfera Mariposa Monarca, Michoacán.


A medida que los rayos del Sol alcanzaban más y más árboles, decenas y centenas de mariposas alzaron el vuelo, se movieron de árbol en árbol, hacia los arbustos, las flores y al suelo. Al ver este impresionante espectáculo las líneas de Canek, el libro de Ermilo Abreu Gómez, rondaban en mi mente. A menudo Canek conversaba con Guy, el niño de la hacienda, y en una ocasión le interrogó sobre el número de las estrellas y de los granos de arena; Guy le respondió que no se podían contar. Pero la respuesta de Canek no fue un número, sino “inmensidad”, una palabra para aquellas cosas que no necesitan contarse.

Mariposas monarca, El Rosario, Michoacán.

Los animales son buenos para producirnos sensaciones semejantes; cuando cae la tarde en Balamkú, Campeche, de una oquedad del suelo surge una enorme columna de miles de murciélagos en el llamado Volcán de los Murciélagos. Algo similar ocurre con los vencejos del Sótano de las Golondrinas, en San Luis Potosí, los cuales vuelven a sus nidos al caer la noche, mientras que en los alrededores de Ciudad Cardel, Veracruz, durante el otoño cientos de rapaces surcan el cielo en el llamado Río de las Rapaces; y no muy lejos de allí, los cangrejos azules se mueven por decenas a las playas a buscar pareja, así como las tortugas llegan a desovar en las playas mexicanas. O ya más cerca, en pueblos y ciudades al amanecer y por la tarde enormes parvadas de aves cruzan el cielo; nubes de chicatanas vuelan para aparearse cuando llegan las lluvias, las noches de verano se iluminan con cientos de luciérnagas o los suelos se llenan de hormigas cuando éstas se mudan de hogar.

Volcán de los murciélagos en Balamkú, Campeche

Inmensidad es una palabra húmeda de misterio, dice Canek, y misterio es lo que uno siente al presenciar tal cantidad de aves, murciélagos o insectos. Si acaso Canek me preguntara: Mira el bosque; cuenta las mariposas que aletean, la respuesta sería simple: no se pueden contar.

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