Para los griegos de la Antigüedad, la constelación conocida como Orión representaba a un hábil cazador, quien después de morir a manos de una flecha de Artemisa (o herido por un escorpión, según la versión) fue elevado al cielo. En el cielo nocturno, Orión es fácilmente identificable por formar un cuadrilátero irregular en cuya mitad se ubica un grupo de tres estrellas conocido como el cinturón de Orión.
En el actual medio rural de México las constelaciones también reciben nombres, dependiendo del grupo cultural al que se pertenezca. Para los p’urhépecha, la constelación de Orión forma la figura del Arado (araro joskua), y su movimiento marca el inicio del año nuevo p’urhépecha (Juchari uéxurhini).
Con la festividad del fuego nuevo (Kurhikuaeri k’uinchekua) comienza un nuevo año entre los p’urhépecha, y se efectúa como tal desde hace 29 años, cuando inició el rescate de esta tradición interrumpida durante la Colonia. Cada año se efectúa en una comunidad diferente, perteneciente a alguna de las subregiones p’urhépecha (sierra, ciénaga, lacustre, cañada). Como sucede en otros pueblos de Mesoamérica, su año se basa en el calendario de 18 meses de 20 días, a los que se añaden 5 días funestos.
Música y danzas p'urhépecha, la noche del año nuevo en Jarácuaro, Michoacán
A la ceremonia del fuego nuevo asisten las distintas comunidades p’urhépecha, mientras paralelamente se desarrollan actividades culturales y artísticas que refuerzan su identidad regional. Este año pude presenciar esta ceremonia, realizada en la comunidad de Jarácuaro a orillas del lago de Pátzcuaro. La fecha correspondiente en el calendario gregoriano es la noche del 1 de febrero, en el momento en que el Arado (el cinturón de Orión) se encuentra a mitad de su recorrido en el cielo, poco antes de la medianoche.
Durante la ceremonia, los ancianos de la comunidad sede encienden el fuego nuevo sobre una plataforma expresamente construida para este momento. Una vez encendido, el fuego es compartido a los demás asistentes en trozos de ocote. Posteriormente las cenizas y otros símbolos son legados a la siguiente comunidad donde se efectuará la misma ceremonia al año siguiente hasta cumplir 52 años, un siglo según la tradición mesoamericana.
El fuego nuevo es compartido por los asistentes a la festividad (Jarácuaro, Michoacán)
Al asistir a esta ceremonia, pensé en los paralelismos existentes con las tradiciones ayuujk, aunque con sus evidentes contrastes: en las comunidades ayuujk, el año nuevo (aunque se utiliza el del calendario gregoriano) también representa una fecha importante para cada comunidad, y en particular para las autoridades que rigen a los pueblos; la transmisión de poderes en Tlahuitoltepec (al igual que los símbolos p’urhépecha de la ceremonia) es un acto trascendental; y de forma semejante a los p’urhépecha, el arado (yuu’n) es también entre los ayuujk una constelación del cielo nocturno.
Los p’urhépecha han hallado en las actividades de carácter regional la oportunidad para mantener vivas sus tradiciones, y recuperar las que fueron olvidadas; los ayuujk, en las actividades de carácter más local. Ambos, teniendo como testigos un arado en el cielo, el instrumento de labranza que fue introducido por los españoles, pero que hoy es fundamental en las actividades agrícolas de los pueblos.
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Puedes conocer más sobre la cultura p’urhépecha y la festividad del fuego nuevo en este enlace.
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