Los relatos sobre los paisajes de México después de la
Conquista, ya sea de viajeros europeos o novohispanos, no son ordinarios.
Francisco de Burgoa, quien visitó la Sierra Mixe de Oaxaca alrededor de 1650
escribió: …son tan seguidos los países que envidiaba yo visitando aquellas
casas, un gran pintor que efigiase lo hermoso de tantos vistosos prados entre
devanados cristales que bañando presurosos los frondosos troncos, y obstinados
peñascos de las sombras oscuras que hacen las quebradas en lo lóbrego, y
pavoroso de sus toldos forman coros sonoros de pájaros, y aves ermitañas que
como Sirenas de la tierra, provocan a la diversión, y convidan al peligro de
sus sendas…
Existen narraciones semejantes a lo largo del continente, y
varias de ellas con la visión de lugares paradisíacos. En términos ecológicos,
estas descripciones equivaldrían a ecosistemas conservados y una gran cobertura
forestal, muy superior a la actual. Inmersos en esta visión, se hallan los
grupos indígenas, asociados a bosques y selvas casi primarios como parte del
mito del “buen salvaje”. La creencia común es que el cambio y la degradación de
los ecosistemas del país inició con la llegada de los europeos. Sin embargo,
dichas creencias han sido puestas en duda, y no tan recientemente; hay
evidencias que indican que los ecosistemas del país han sido fuertemente
transformados, incluso antes que llegaran los españoles.
William M. Denevan (1992) llamó a estas ideas, ‘the pristine
myth’ o el mito del mundo prístino. Su planteamiento básico es que existen
pruebas de que en 1492, cuando los europeos llegaron al continente, lo que
vieron era más bien un paisaje humanizado. El principal argumento de Denevan es
el tamaño de la población humana al momento del contacto entre mundos, y entre
los indígenas era muy grande. Pero también menciona otros argumentos:
ecosistemas actuales que muestran huellas de actividad humana en composición de
especies, manejo del fuego y erosión; así como numerosas huellas de
construcción, asentamientos, montículos y caminos.
Paisaje humanizado, Sierra Mixe, Oaxaca. |
La idea de Denevan es que el paisaje en 1492 reflejaba no
sólo el uso de los últimos años, sino también el intenso uso de los recursos en
los siglos anteriores. Y ejemplos de la no siempre buena relación entre los
pueblos indígenas y su ambiente hay varios: un factor importante en la caída de
Teotihuacan y las ciudades mayas fue la deforestación y la degradación de sus
ecosistemas, las migraciones nahuas del Valle de México a Guerrero fueron
causadas por la hambruna, el aumento de asentamientos purhépechas incrementó la
erosión en el Lago de Pátzcuaro, y la Matrícula de tributos de los aztecas
enlista una impresionante cantidad de pieles y plumas que sus tributarios
debían entregar.
¿Por qué entonces las descripciones remiten a otro tipo de
paisaje, a un mundo prístino? La razón parece estar en el drástico descenso en
la población indígena después de la Conquista. Denevan sugiere que ésta se
redujo hasta en un 90% en los primeros 100 años, principalmente debido a las
enfermedades contagiosas traídas a América, en especial la viruela. Y no sólo
ocurrió en los grandes centros de población; de acuerdo con los cálculos de
John K. Chance en la provincia virreinal de Villa Alta, a la cual pertenecía la
Sierra Mixe, la población indígena se redujo en 94% en los primeros 50 años
posteriores al contacto, y no volvió a recuperar su tamaño poblacional hasta el
siglo XX.
Paisaje humanizado, Michoacán. |
Es cierto que no existe necesariamente una relación causal
entre el tamaño de la población y la conservación de los ecosistemas, pero es
evidente que un descenso tan abrupto en la población indígena debió incidir en
el paisaje. Durante la Colonia, varias poblaciones desaparecieron y una gran
superficie de cultivo fue abandonada, lo que permitió la regeneración del
paisaje y el aumento en la superficie forestal. Estos ecosistemas “recuperados”
fueron los que los cronistas describieron, y permanecieron así mientras la
población humana fue recuperándose. Sólo después de la Independencia, la
degradación de los ecosistemas volvió a incrementarse.
Sin embargo, el que el paisaje prehispánico fuera humanizado
no quiere decir que no existieran zonas conservadas, o que su manejo no fuera
sustentable. Denevan no indaga si los grupos indígenas viven o no en armonía
con la naturaleza, sino si los ecosistemas fueron transformados o no antes de
la Colonia. Las prácticas de manejo varían en cada grupo indígena, en ocasiones
son más sustentables, en ocasiones no. Pero el planteamiento de Denevan genera
más preguntas de índole ecológica (¿son ecosistemas primarios los bosques y
selvas mexicanos, o son el producto de un manejo antiguo, cuáles son primarios
y cuáles no?), y de manejo y conservación (¿la conservación en zonas indígenas
está relacionada con el tamaño poblacional, las zonas boscosas persisten sólo
por la drástica disminución de la población o por las adecuadas prácticas de
manejo?). Hoy que hemos rebasado por mucho la población humana que alguna vez
haya existido en el territorio, no existe una única respuesta. Lo que sí es que
no existió un mundo prístino de ecosistemas conservados, un paraíso, ni
siquiera en los pueblos indígenas, los “buenos salvajes”.
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El texto de William M.
Denevan se puede encontrar en inglés en la siguiente liga: ‘The pristine myth: thelandscape of the Americas in 1492’. Las otras referencias son libros: Francisco
de Burgoa, Geographica descripcion; John K. Chance, La conquista de la Sierra.