Así contaban los abuelos de mis abuelos, que había llegado
el día en el que los ancianos creadores y dadores de vida habían llamado a los
bosques y a las selvas para hacer el reparto del agua que celosamente guardaban
en un cántaro de barro. La primera en acudir fue la selva seca, mas no quiso
pasar inmediatamente a ver a los ancianos, pues había decidido esperar a su
amigo el desierto, el cual vivía muy lejos del lugar de reunión.
La primera en pasar entonces fue la selva húmeda; los
ancianos tomaron una gran jícara, la llenaron de agua y se la entregaron. La
selva húmeda se mostró feliz y agradecida y volvió con su jícara a las
planicies y cañadas del sur, donde creció alta y vigorosa, y se llenó de aves y
muchos otros animales que colmaron de algarabía el silencio de la selva. El
siguiente en pasar fue el bosque de niebla, y a él también le otorgaron una
jícara rebosante de agua. El bosque salió agradecido y volvió a las altas montañas
del oriente donde habitaba, se cubrió de una blanca y fría sábana de nubes y ante él acudieron las aves del más bello plumaje que haya existido en el mundo.
-Es tu turno, dijeron los hermanos, el bosque de pino y el
de encino. Pero la selva aún no quiso pasar pues su amigo no llegaba, así que
volvió a ceder su lugar ante los hermanos, que pasaron juntos. A esas alturas los ancianos se habían percatado que el agua restante
en el cántaro no sería suficiente para todos. -No importa- dijeron los
hermanos, -pueden darnos una jícara para ambos, nosotros la compartiremos-. Los
ancianos estuvieron de acuerdo y llenaron una sola jícara y se la dieron a los
hermanos. Ellos volvieron a las tierras frías y altas en las que vivían, y
desde entonces, en todo momento se les encuentra juntos. Osos, lobos, venados y
otros animales que gustan del viento frío los acompañaron y poblaron
sus montañas.
Finalmente había llegado el desierto, así que la selva seca
se presentó con él ante los ancianos. Ellos estaban preocupados, habían sido
muy dadivosos al principio pero ahora veían que sólo restaba agua suficiente
para una jícara más, y decidieron que sería para la selva seca por haber sido
la primera en acudir. –No-, dijo la selva, -denme media jícara y el resto será
para el desierto. –Si así lo quieres- contestaron los ancianos, y repartieron el
agua restante en dos jícaras. El desierto se despidió de su amiga, quien se
dirigía a las lomas y planicies de occidente, y él partió a las llanuras del
norte. Pero era tan lejos y hacía tanto calor, que cuando llegó a su hogar, de
la media jícara que tenía sólo le quedaba muy poca agua. Aún así, el desierto
fue feliz y estuvo por siempre agradecido de la generosidad de la selva seca;
sólo los animales más valientes se decidieron a acompañarlo.
-¿Qué haremos con la
selva seca?, se preguntaban los ancianos, -ha sido muy generosa con sus amigos,
que no es justo que sólo tenga media jícara-. Después de discutirlo, volvieron
a llamarla y le dijeron: -debido a tu nobleza, hemos decidido que tu jícara se
llene nuevamente de agua, pero para que esto ocurra, deberás dormir durante
seis largos meses y cuando despiertes, tendrás suficiente agua para dar de beber
a tus plantas y animales-. La selva seca dudó, pensó en sus habitantes y en que
el agua no era suficiente para todos, así que al final aceptó y en ese instante
cayó en un profundo sueño. Desde entonces, la selva seca duerme durante medio
año y los árboles le llevan flores de los más vistosos colores esperando a que
despierte. Y, cuando caen las primeras gotas de lluvia en el verano, la selva renace y cubre
de verdor los montes y planicies en las que vive, y los arroyos vuelven a correr en las
barrancas, las aves revolotean y cantan y los animales de cuatro patas recorren
los viejos caminos. La selva seca entonces sonríe, sentada tranquilamente frente al mar.
Reserva de la Biósfera Chamela-Cuixmala, Jalisco |
Excelente relato... :)
ResponderBorrar¡Buenisimo! compartó gracias.
ResponderBorrarhermoso!gracias !
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