Entre los recuerdos que tengo de los libros de lectura de la escuela primaria, está la historia del nacimiento de un volcán en Michoacán, el Paricutín. Si bien entonces la lectura parecía fantasía, después supe que en verdad ocurrió en 1943, y que la lava y cenizas arrojadas por el pequeño volcán terminaron sepultando el pueblo de San Juan Parangaricutiro, lo cual propició su reubicación a 18 km, en lo que hoy es Nuevo San Juan Parangaricutiro. Este es uno de los casos más mencionados de reubicación de una población entera, motivado por la inhabitabilidad del sitio. Un hecho dramático semejante a la reubicación obligada de varias poblaciones mazatecas y chinantecas por la construcción de las presas Temascal y Cerro de Oro, en Oaxaca.
Sin embargo, San Juan Parangaricutiro no fue la única población afectada, dos de las más cercanas fueron Angahuan y Zacán, vecinas de San Juan. Ante la caída de cenizas del volcán, las tierras quedaron inutilizables para sembrar y muchas personas huyeron hacia zonas más seguras. A diferencia de San Juan y las poblaciones oaxaqueñas, cuyo retorno fue imposible, los pobladores de Angahuan y Zacán volvieron a sus hogares cuando las condiciones ambientales lo permitieron. Este retorno está impregnado de un trasfondo cultural, es el arraigo a la tierra, a la comunidad y a las costumbres; un tema documentado con las comunidades mazatecas y chinantecas, quienes no pudieron volver a su casa.
Templo de Zacán, Michoacán. Durante el Concurso artístico de la Raza Púrhépecha.
Hace poco pude visitar Zacán, en ocasión del Concurso Artístico de la Raza P’urhépecha, una gran celebración anual en la que se dan cita decenas de comunidades indígenas. Tanto Zacán como Angahuan son hoy pueblos habitados que resistieron un desastre natural y que continúan habitando el sitio de sus antepasados a pesar de haber sido testigos del nacimiento de un volcán.
Sirva esto de comparativo con el reciente caso de desastre ocurrido en Tlahuitoltepec, ¿Es necesaria una reubicación, como en el caso de San Juan Parangaricutiro, o permaneceremos en el sitio, como Angahuan y Zacán? ¿Qué repercusiones tendría en la cultura Ayuujk? Una amiga se hizo las mismas preguntas y escribió el siguiente texto, respondiendo algunas de ellas. Les comparto su reflexión a continuación.
Santa María Tlahuitoltepec (Xaamkëjxp), Oaxaca.
Reubicar nuestros ombligos no es opción
Tajëëw Díaz Robles, Xaamkëjxp, 9 octubre 2010
Cuando especialistas del Instituto Politécnico Nacional y de la Universidad Autónoma Chapingo nos dicen que vivimos en zonas de alto riesgo, y que nuestra primera opción es considerar la reubicación, lo primero que muchos piensan con miedo es que aquí están los esfuerzos de toda una vida, materializados en una casa o en un pedazo de tierra sembrada con maíz, frijol y algunos frutales. Y muchos también pensamos que no podemos considerar reubicar nuestros ombligos.
El ombligo es lo último que nos une a la madre, y aunque el vínculo no es permanente, al cortarse éste nos separamos físicamente para estar juntos de otra manera. En Tlahui nuestros ombligos regresan a la otra madre, a nuestra tierra, nuestra tierra-madre. Mi obligo está en estas tierras y no se puede reubicar. Tampoco se puede reubicar la memoria de los abuelos, la historia de un pueblo, la cercanía al Cempoaltépetl, nuestras historias familiares y comunitarias.
Dicen las abuelas y abuelos que hace más de cincuenta años las lluvias ya habían ocasionado desastres en la comunidad, y que entonces habían salido adelante, respetando el área que correspondía a los nacimientos de agua y sus cauces y buscando espacios seguros para construir pequeñas casas de adobe. Seguramente entonces no queríamos carreteras a la puerta de la casa, ni baños de agua. Hasta hace pocos años recuerdo que para lavar ropa había que ir a los pozos de agua, y así el agua seguía su camino, hoy queremos todo en casa. Nuestras casas ya no son pequeñas, ahora necesitamos más espacio, más pisos, para poder vivir “bien”, para vivir cómodamente, necesitamos “pisos firmes” para dejar de ser poblaciones de alta marginación. Y esos son los que la tierra ya no aguantó y dejó de tener fuerza y soltó el peso y nos dejó a nosotros las consecuencias de nuestras acciones.
Todos de alguna forma, en diferentes grados, contribuimos al llamado calentamiento global, y global es porque localmente comenzamos a exceder los límites que la naturaleza nos pone. Hemos sobre-habitado nuestra comunidad y así nos hemos visto en la necesidad de construir dónde los abuelos dejaron espacio al agua.
Para los que decían hace algunos días que aquí no pasaba nada, les decimos que pasa, un pueblo está amenazado, y todos hemos contribuido para que ahora estemos en riesgo de desgajarnos, de que nos trague un alud. Pasa que Tlahuitoltepec está viviendo un episodio difícil en su historia, que esperamos no sea el final. Muchos estamos en la disposición de trabajar en lo que se tenga que hacer para que el pueblo siga en pie, aunque nos digan que el riesgo seguirá aún con las medidas que se tomen. Ahora esperamos que la lluvia sea menos y que falten cada vez menos días de lluvia que amenacen con desaparecer más casas, más historias, más pueblo, más comunidad y esperemos no vidas humanas. Aunque con cada pedazo de tierra que se va, se vaya un poco de lo que ahora nos hace Xaamjää'y.